No sé por qué te escribo. El corazón me empuja a hacerlo
aun con la certeza de que jamás recibiré respuesta.
¿Cómo logro ahora, cuando
ya no puedo mirarte a la cara, decirte que te extraño, que has sido uno de los
seres más hermosos que ha llegado a mi vida? Me agobia la congoja pensando en
los sueños que dejaste a medio camino y en todo lo que hiciste por los demás,
porque sí, sin pensarlo demasiado. Lamento haber incurrido en tantos silencios,
haber guardado tantas cosas. No recuerdo haber dicho que te quiero durante
muchos años, pero seguramente tú, siempre inteligente y generosa, me has
comprendido. Tu sobrada capacidad de amar te permitió perdonar una vez más mis
debilidades y entendiste lo fácil que me resultó dejarme querer sin dar las
gracias. La vida me hizo cómoda e indiferente, pero ahora al sentirme lejos de
tu mirada me siento desamparada y temerosa.
Amaste la vida más que yo, tuviste siempre la energía y el amor necesarios para luchar y vencer los obstáculos. Fuiste para todos nosotros un árbol generoso, debajo del cual nos cobijábamos los débiles, los heridos, los quebrados por la desilusión.
Verte avanzar, siempre con la cabeza, erguida fue un ejemplo, pero
más aún lo fue verte partir con tanta dignidad, nos hiciste sentir vergüenza
por nuestras debilidades.
Escribo esta carta obedeciendo a un vano deseo de comunicarme, sé
que pretendo enviar mi mensaje a través de una línea muerta, pero ¿qué puedo
hacer con los silencios que ahora revientan en palabras? Esta extraña fe mía, más
deseada que sentida, me permite albergar el anhelo de que mi mensaje vague por
el universo silencioso y que tal vez, sólo tal vez, en algún punto del trayecto
el estallido de mi silencio, el dolor de los abrazos no dados, puedan irradiar
luz y calor. Quizás donde tú estés puedas reconocerlos y con tu comprensión de
siempre los recojas y los guardes contigo.
Puedo imaginar tu sonrisa al apretar mi mensaje contra tu pecho.
Amaste la vida más que yo, tuviste siempre la energía y el amor necesarios para luchar y vencer los obstáculos. Fuiste para todos nosotros un árbol generoso, debajo del cual nos cobijábamos los débiles, los heridos, los quebrados por la desilusión.
Puedo imaginar tu sonrisa al apretar mi mensaje contra tu pecho.
Gracias por
haber sido mi hermana, te quiero.
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